miércoles, 1 de enero de 2003

El Fantasma de navidades Pasadas II. El nudo.









  
          El Fantasma de Navidades Pasadas, el nudo. Aquí me encuentro con el Dr. Claudio Naranjo, tiempo después de que me ayudase a superar una catatonia. Hizo todo el trabajo él. Yo por mi parte entre las dos veces que vi a Claudio estuve sin guía eficaz prácticamente. Apenas hice trabajo. No quiero ser muy duro conmigo mismo, puesto que si tomo en cuenta de dónde yo venía... los veinte años anteriores a la catatonia. No es que se pudiese hacer mucho entre ambos encuentros. 

             Tal vez no debía haber ido a este fin de semana de meditación posterior. Sin embargo, si no hubiese ido mi vida sería un constante poner parches para tapar una deficiencia de base. Pienso que en la actualidad tengo una oportunidad ¡Tan solo una oportunidad! (Como dirían en Braveheart). Y esa oportunidad se gestó hace más de veinte años, con dolor. Hablo de la posibilidad de tener una vida suficientemente integrada, de sentirme normal. De hacer cosas que quiero hacer, sintiéndome bastante normal. 

              En este segundo y ya último encuentro con el Dr. Claudio Naranjo, el mayor contacto personal que tuve con él consistió en un momento determinado. Cuando Claudio se situó a unos metros por detrás de mí, intuí que haría algo... y efectivamente. Claudio puso el ojo de su mente en mi interior y me vio. Es difícil describir esto, sin embargo lo que puedo decir es que me sentí expuesto a su ojo... y que no pude soportar la presión. Hice o dije algo, para descargar la tensión que sentía. Y Claudio se alejó para ir a otro sitio; supongo que comprendió que no debía forzarme y se haría una idea de mis escasas fuerzas. 

             Descubrí cosas curiosas en aquella ocasión. Un par de días después me rompí en un brote psicótico que describo en la tercera parte de El Fantasma de Navidades Pasadas. 

             Se me ocurre que si hablo del Fantasma de Navidades pasadas, no hablo estrictamente de Claudio como tal Fantasma. Si bien, según cuenta el cuento, los tres fantasmas de los tiempos de las Navidades, están estrechamente ligados. Y si Claudio jugó tal papel en un momento dado, fue para cortar las cadenas. Pero tal vez para tener veinte años después una sensación de relativa normalidad. Lo doy por bueno. Aquí dejo el texto:


          El problema está en la fecha de caducidad. Todos esos cursos de crecimiento de fin de semana tienen fecha de caducidad. Es normal. Pueden mostrar hasta dónde puedes llegar,durante un tiempo. Pero pasado ese tiempo llegar hasta allí es cosa tuya. No hablo aquí de Claudio Naranjo, sino de Graciela Figueroa. Tal vez de Mª Adela Palcos, aunque las circunstancias cambian.

          La ayuda de Claudio aquella primera ocasión, con la catatonia, fue hecha sin tener más opción. Ninguno de los dos. Yo estaba en posición de ser ayudado y Claudio estaba allí para ayudar. Y lo hizo tal como él sabe hacerlo. Fue tan natural como el que una jarra de agua límpida llenase un vaso vacío.



          Y también fue una acción limpia. Por la misma naturaleza de la energía, estaba implícita la libertad; y Claudio actuó con desapego. Movido por las circunstancias, sin intenciones ulteriores aparte de poner fin a un estado mental, mi catatonia, que él con su vasta experiencia conocía y sabía lo nociva que era. Dudo que supiese el alcance de lo que hizo.


             Para mi gusto, se pasó. Pero el caso es que si se hace, se hace. Y esa acción no es de las que se dosifican. Me había quitado la catatonia... Habría bastado con menos; y yo sigo pagando el haber visto demasiado. El haber visto demasiado pronto. Creo que pagué durante años, no podía olvidar lo que vi, aunque eso solamente fue a partir de este brote. Ya enfermo.

          Pero después de todo, los efectos de esa primera ayuda se disiparon. Yo siempre, en mi vida, había tenido miedo. Por ejemplo, a cruzarme con gente por la calle. Ahora volvía a tener miedo. Cuando me cruzaba con gente por los pasillos de la universidad, me sentía muy incómodo. Tenso. Volvía a ser lo mismo que había sido toda la vida...

          Yo iba a terapia, mis intereses pasados habían sido borrados. Había visto cosas. Y pensé que podía empezar a formarme, para aprender, para sanar yo, y tal vez, sanar a otros de forma profesional. Mi idea antigua de ser mejor que otros, o de aprender, para destacar, y entonces ser querido y no estar sólo, se dirigió no ya hacia una formación técnica sino hacia la terapia.

          La pura verdad es que si Claudio Naranjo hubiera sido alpinista, yo me habría ido a la montaña a verlo. El viejo sabio de la montaña, el Maestro. En aquel entonces se hablaba mucho de su precaria salud. Había que aprovechar el tiempo que nos quedase de tener al Maestro. Todos los terapeutas parecían pasar por su formación.


          Sí, si Claudio hibiera sido alpinista, yo hubiera terminado con el cuello roto. Pero era ¿psiquiatra? ¿maestro espiritual? Tal vez ¿chamán? Una persona con capacidades poco convencionales en todo caso.

          Y lo que me rompí no fue el cuello, fue el alma.

          Puede que hubiese transcurrido un año, o que todavía no se cumpliese, después de que Claudio me quitase la catatonia; volví a tener síntomas. El efecto de su ayuda pasó, y yo volvía a ser el de antes. Entonces me llegó que Claudio impartía una maratón de fin de semana de meditación.

           El precio era muy asequible, y estaba cerca. Así que me encontré hecho el ir a ese fin de semana de meditación. La segunda y última vez que vería a Claudio.

          En aquel entonces todo el mundillo de la psicoterapia meditaba. Meditar era fácil, meditar era bueno, no tenía ningún efecto secundario; no como una pastilla de un médico. Nadie me previno de que sí había una posibilidad de peligro, un margen para el desastre.

          Ni siquiera Juan José Albert me advirtió del riesgo que podía tener meditar. Albert era discípulo de Claudio y director del centro de psicoterapia al que acudía. Él supo en todo momento cómo me había ayudado Claudio, porque había estado en Babia con él. Y sabía también, porque tenía acceso a mi expediente, que escribía mi terapeuta, todo lo nefasto de mi situación en terapia.

          Cuatro. Cuatro meses. Había tardado en empezar a contar algo a mi terapeuta cuando empecé con terapia. Antes de eso, el mutismo absoluto; una hora a la semana, semana tras semana, durante cuatro meses.

          Tal vez nadie esperaba que me brotase. No después de cómo me ayudó Claudio la primera vez. Aunque pocos lo sabían. Ni siquiera Claudio creo que supiese el alcance del modo en que me había ayudado con la catatonia. Relaciono la ayuda de Claudio, con lo fuerte del brote, porque yo recibí mucho de Claudio. Recibí mucho, pero yo no había hecho trabajo, yo no había andado mi camino. Y nadie puede andar el camino de otro.

             Cuando llegué al intensivo de meditación todavía tenía en mi ser la energía residual proveniente de Claudio, pero no tenía un trabajo consistente que me anclara a lo cotidiano y me centrara en la realidad.

             A día de hoy, después de mucha terapia, todavía tengo mucho trabajo por delante (tal vez lo haga...), pero en aquella ocasión no tenía ninguna base. Hice lo único que podía hacer, como nadie me previno del peligro de meditar, fui a ese fin de semana y me broté. Me rompí todo, puesto que en esos momentos venía más de estar en las nubes que en otro sitio.

          Aunque respecto a Claudio tengo mis propias ideas. Cabe la posibilidad de que Claudio llevase las cosas a último término. Y si me había dado tanto antes, se lo jugase a la carta más alta. En eso podría coincidir con él. Quedarme a medias e ir poniendo parches es un mal negocio. Tal vez haya sido mejor romper la baraja y empezar de nuevo; aunque la baraja soy yo.

          Después de todo, su anterior ayuda me hizo subir a lo más alto, ¿por qué no intentarlo? Creo que Claudio volvió a hacer su trabajo, llevándolo al mayor extremo en última instancia. En una apuesta fuerte; ...y acabando con el problema de raiz. Pero entonces ¿de qué me quejo yo?


En un pueblecito de la costa de Alicante


          Cuando llegué a la sala no recuerdo exáctamente qué hicimos. Fueron dos días sin parar de meditar, bailar, movernos, descansar para reponernos lo justo para seguir. Pero recuerdo que el primer día Claudio puso una música de Osho, en la que se escuchaba un OM que lo llenaba todo.

          Al escuchar ese OM poderoso, rompí a llorar en un mar de lágrimas. Recordaba a papá-dios. Mi dios particular al que rezaba con suprema intensidad, antes de quedarme catatónico. Claudio caminó cerca de mi lado, aunque no hizo nada particular. Yo lo único que podía hacer era llorar con este OM-papá-dios, que había sido tan mío.

          Por la tarde no podía concentrarme en la meditación. Mi mente no hacía más que analizarse a sí misma. Claudio habló de que la meditación en ocasiones se podía volver una psicoterapia.

          Más tarde no podía más que escuchar la melodía del "Estabat Mater", de la Semana Santa de mi pueblo. Fue tan intenso y tan sentido que quise que Claudio lo escuchase al día siguiente. Y el domingo le llevé un par de casettes con la música.

          Le propuse a Claudio escuchar en su equipo el casette de audio. Sin embargo Claudio metió el dedo en un agujero del equipo, donde faltaba una tecla; decía que estaba roto y no se podía. Comprendiendo el panorama me apresuré a marcharme, cogiendo cintas y cajas en un montón.

          Después, por la tarde, yo quería hablar con Claudio delante de todos los demás. Pero Claudio estaba lejos y yo no me sentía con ánimos de hablarle desde la distancia. Un rato más tarde fue Claudio el que movió el lugar donde se sentaba, para ir a sentarse en la fila más por allí delante. Había algo que tenía que decirle.

Lo que conté en ese fin de semana de meditación


          Yo sentía un dolor, el recuerdo de un dolor intenso. Quise contárselo y empecé a hablar.

           Ese dolor lo situaba en el tiempo en el momento de la concepción.

          En la penetración entre mis padres. Claudio ya estaba señalando con el dedo que sí, que ese era el momento correcto.

          Se supone que en el momento de la concepción...? Pero yo lo recordaba..., y Claudio decía que lo que yo sentía era en ese momento, tal como yo decía... era cierto.

          Apenas había empezado yo a decírlo y ya Claudio señalaba con el dedo que era correcto situar el recuerdo del dolor, entonces, en el momento de la penetración.

          Las cosas que debe saber ese hombre. Aunque eso no importa ahora.

          Me marché de ese curso con una sensación de extrañeza.

          No sabía más que cuando había llegado.

          Se suponía que tendría que madurarlo.


          Madurarlo. Pero no hubo tiempo para madurarlo. Un par de días después me rompí y en el siguiente escrito describo mi brote, tal como lo recuerdo.  Eso será el desenlace de El Fantasma de Navidades pasadas.