Chispas en el plexo.


Empiezo el texto de "Chispas en el plexo" con el problema de hacer el texto inteligible. La descripción como tal no tiene mucho que dar de sí. Sin embargo esta vez puede que permitirme escribir, y escribir, y escribir... Dejándome llevar para contar estados de ánimo y circunstancias, me parece inevitable. Incluso útil. 

Voy a permitirme escribir a ver a dónde me lleva el texto. 

La descripción fenomenológica de las chispas las subrayaré como siempre. En cualquier caso aclaro que enlazo este texto con otro que lo sigue, seguramente con el título "Iluminado". Así a primera vista parece pretencioso. 

        Pero no, no es nada de eso. Iluminado es el nombre propio de cierto hombre con el que coincidí hace tiempo. ¡Debe ser por mí, no suelo hablar con las personas!




Los recuerdos se me juntan en el tiempo, formando una amalgama de imágenes.

Iba a terapia. Susi me propuso un ejercicio de dibujo, con dos estatuas enfrentadas. En el primer momento al dibujar esas dos estatuas opuestas, una blanca y otra negra, no le encontré sentido. Mucho tiempo después sí. Más cuando el ceño fruncido de una de ellas, delataba una polaridad muy pronunciada que hay en mí.

Ese ejercicio no me parece que lograse surtir ningún efecto terapéutico a corto plazo. Por la actitud de Susi, más bien parecía un último intento a la desesperada de mostrarme algo.

No, no creo que en su momento pasara de ser una terapia semilla... Puesto que daría sus frutos después. Bastante después. Dos estatuas, dos colores, dos opuestos. Cobran  dimensión en muchos sentidos. El mal genio reprimido y no reconocido es uno de ellos.

Sin embargo sí que hubo una consecuencia posterior y a corto plazo.

Después de volver de ver a Claudio en Babia; unos meses después tal vez. No sé cuando. Yo sentía algo. Una sensación o vivencia interna que no podía expresar. Ni con Susi ni con nadie. Ni podía ponerla en palabras que yo mismo pudiese entender.

Pero recordando la terapia mediante dibujos, pensé que lo que sentía, lo tenía que expresar. Y un dibujo era el modo más idóneo para la tarea que una expresión verbal.

Lo que dibujé fue mi monstruo. Mi mancha interna. La oscuridad que estaba metida en mi interior, cristalizada; y haciéndome la vida imposible. Porque me veía identificado con ese sentir, que ocultaba por vergüenza. Yo no quería tener algo tan malo en mi interior y que los demás lo supieran.

Pero ya era tiempo de que saliera, y lo saqué dibujándolo. Una sombra nebulosa, relampagueante, cuyos ojos de colores verdes, amarillos y tintes rojos... Había mucho color mezclado en esos ojos vivos, de otro mundo.

Lo conseguí. Ahí delante mío lo tenía. Creo que no tuve oportunidad de mostrárselo a Susi, antes de que surgiese la descarga de energía.

Quise llevarlo conmigo. Quizá temí que si dejaba ese dibujo sólo, sucediese algo con la energía que contenía. A la vez que formaba parte de algo que era muy mío. Lo llevé en el autobús conmigo a la universidad.

Sea por lo que fuere, le hablé a Carlos de ese dibujo. No es que fuese un secreto, y yo no podía pensar en otra cosa. La conversación en el autobús derivó en que le mostré el dibujo de mi monstruo a Carlos.

No sé lo que dijo Carlos. Tal vez comentó algo de tipo estético. Pero aunque él no supiese la importancia que tenía para mí, el haber plasmado aquello en el dibujo, no se burló.

Tal vez Carlos no le concedió la importancia que tenía, pero lo puedo entender. Después de todo era mi monstruo, no el suyo. Y él seguramente no tenía que ir por la vida con nada como aquello en su interior. Como fuese, él mostró respeto y admitió un dibujo que me resultaba terapéutico. Como algo consensuado, aceptado y visible.

Puede que fuese suficiente con que lo viese otra persona. En este caso mi amigo. Pienso que cuando se lo mostré a Susi ya había sucedido todo y perdió importancia. Ya había cumplido su función.

Por la tarde, en la universidad, ...me parece que empezó en la calle, camino del politécnico. Tal vez fue que caminaba hacia allí y sucedió. En cualquier caso, el recuerdo es de caminar por la universidad, camino del politécnico...

...Y de mi plexo solar comenzó a saltar un chisporroteo eléctrico. No se veía. Yo no lo veía. Pero claramente y de forma muy fuerte, sentía como de mi plexo salía un chisporroteo de naturaleza eléctrica.

Yo me sentía entre sorprendido y extrañado. Me sentía incómodo también, con aquello en mi cuerpo.

Miré alrededor para ver si cerca había alguna reparación de mantenimiento, que pudiese explicar, aunque fuese remotamente, lo que sentía. Quería tener un motivo para justificar esa electricidad en algo externo. Pero no había nada allí, ningún rastro de reparación eléctrica.

Seguí mi camino con aquel chisporroteo eléctrico que salía de mi plexo, incómodo y extrañado.

Cuando llegué a la sala de ordenadores faltaban cinco minutos para abrir y tuve que esperar. Yo seguía sintiendo ese chisporroteo eléctrico en el plexo. Hice por disimular y pasar desapercibido...

...Y una chica que estaba en la cola antes que yo, se volvió y se me quedó mirando. Yo no la conocía, ni me habló, pero me miraba con insistencia. Y yo con todas esas chispas que me sentía salir; era una situación difícil de llevar. No era que yo le gustase, no era ese tipo de mirada. Era muy insistente.

Tras unos minutos opté por dejar de fingir que no pasaba nada, y me fui. Me pregunté si esa chica quería haberme dicho algo, pero no creo; no hacía mención de hablar, tan solo miraba fijo, como si pasara algo. El caso es que me cansé de la situación y me marché de allí.

Todavía fui al aulario. Y volvió a repetirse la situación. Esta vez con un chico que estaba... dos filas por debajo de mí en los asientos.

Se volvió y se me quedó mirando fijamente, como queriendo algo. No lo conocía tampoco, pero se volvió y me miraba con insistencia. Ya entonces no tenía mi cuerpo para bromas, ni para que se me quedaran mirando... ¡y más con el fuerte chisporroteo que sentía bajo el pecho! Me miraba, y a mí no me olian los pies ni nada. No soporté más y me fui.

Entonces ya me encontraba cansado. Estaba desorientado, dentro de que reconocía lo que sucedía. Me encaminé a la parada de autobuses de la universidad. Que me mirasen todo lo que quisieran, yo lo que quería era sentarme en un sitio conocido.

Pero allí también tuvo lugar otra sorpresa. Lo cierto es que yo estaba con desorientación. Uno de los conductores al verme, tal como yo lo vi, pareció echarse atrás, asustado. Yo creo que no hice nada para ello y me molestó un poco.

Pero entonces había decidido que algunas cosas estaban más allá de mi comprensión. Yo no podía hacer nada al respecto, y como he dicho me encontraba algo desorientado; tal vez me había parecido. Si no podía hacer nada por estar seguro de una impresión, lo mejor era dejarlo. Estaba cansado.

Los conductores hablaban entre ellos y me llegaba en voz alta que nombraban a Iluminado. En un primer momento me dio mal rollo, pero después recordé que así se llamaba uno de los conductores de autobús de esa línea. No se me había ido la chapa. Por lo visto estaba por llegar.

Eso le dio sentido a lo que oía. Aunque mis sensaciones ya eran otra cosa. No recuerdo más de la tarde en la universidad. Puedo pensar que llegué a mi pueblo y a mi casa. Con la intención de meterme en la cama lo antes posible sin llamar la atención; y que mañana fuese otro día.

Y ese otro día, el siguiente... por la mañana, yo no solía ir a la estación de autobuses... sin embargo, sí pasé ese día por delante. Me crucé caminando con el conductor de autobús, el que se llamaba Iluminado.

Me llamó la atención. Por su mirada pasó una expresión de gran paz. Una de las buenas. Yo no es que me sorprendiera de ver aquella paz en su mirada; lo que me hizo pensar fue que en aquel entonces, era yo el que tenía aquella clase de miradas. Él también la tenía.