sábado, 1 de enero de 2005

Claudio Naranjo y magia. Adios a esa catatonia



Claudio Naranjo me ayudó.


        Han pasado veinte años, antes de ser capaz de escribir estas líneas. Siempre he pensado que el loco de ese chileno no tuvo más remedio que ayudarme. Pero recientemente he encontrado un matiz. Es innegable que Claudio Naranjo me ayudó.

          Este texto lo divido en dos partes distintas; 

      Una introducción, en la que hablo de los tiempos en que me quedé catatónico. Me quedé catatónico en un proceso que tal vez describa algún día... pero en principio aquí solamente trato de situarme.

            Y Babia. Otra parte en que me centro en describir los fenómenos y circunstancias que viví, perdido en un lugar llamado "Babia", donde encontré al Dr. Naranjo. 

          Este fragmento de Babia lo resaltaría. Creo que tiene un valor plasmar en palabras unos hechos, subjetivos, pero que se presentan para su interpretación. 

             En realidad toda la entrada debería haberse limitado a este fragmento de Babia. Aunque por necesidad, he debido expresar lo que sentía además de simplemente limitarme a describir.

          Claudio me influyó mucho. Hay un antes y un después de la catatonia y de cómo me ayudó Claudio. La catatonia fue un corte muy definido con mi pasado.

           No voy a contar ahora cómo me quedé catatónico. 


            Corrían tiempos oscuros y todo se junta en la mente. Era el año 92, tal vez. Y yo tenía momentos de catatonia. Esa catatonia pocas personas saben que la tuve, pues para mi familia yo lo que tenía era una depresión fortísima; que ya duraba mucho tiempo, más tal vez de lo debido, aunque no sé si ellos se lo plantearon.

          Sea como sea, me pasó algo, y ya en la semana siguiente tenía momentos de... algo, que entonces no sabía lo que era. Me metía en mi interior, pero reaccioaba y salía. En esos momentos no tenía estrés, así que no lo viví como un brote, aunque algo hubo. Salía por mí mismo de la catatonia.


          Mi terapeuta veía que yo no evolucionaba, y me llevó a ver a un psiquiatra chileno. Mi terapeuta nunca llegó a saber que yo me había quedado catatónico. Y me mandó a un lugar llamado Babia, junto al pueblo de Turre, en Almería. Donde ese psiquiatra chileno loco me "curó" la catatonia.

          Antes de ir a ese curso, en mi pueblo, entraba en ese estado con cierta frecuencia. Pero cuando se acercaba alguien, reaccionaba y salía yo mismo de ese estado.

          Cuando meditaba, entonces, me encontraba a solas en un estado mental muy estable. Allí ya no sufría. Llegué a pensar que por fin había aprendido a meditar bien. Porque cuando estaba a solas y me quedaba en ese estado, nada me hacía daño. No sufría. No sabía que lo que me pasaba era una catatonia.

         Durante cierto tiempo así estuvieron las cosas. No tenía estrés en mi vida, más que el propio de la fuerte depresión que había pasado. Una fuerte depresión por ansiedad. Simplemente me había quedado allí. Y mi terapeuta, después de dos años de terapia, buscó otras alternativas.

          Antes de ir al curso de cuatro días con Claudio yo ya tenía momentos de catatonia, de esa "separación". Cuando mi terapeuta me indicó que fuese a ver al maestro, con las horas de autobús, la gente, la subida a pie hasta Babia, la convivencia y el trabajo...

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          ¿Qué pasó en Babia?


         Claudio y yo apenas sí cruzamos palabra. No teníamos nada que decírnos en un plano personal. Pero me llenó de energía, con la facilidad como una jarra de agua límpida llena un vaso vacío. Y mi vaso estaba vacío. Un vacío de catatonia donde solamente cabía el odio frío. La muerte térmica, lo llamé.

Era ya el tercer día que estaba allí, en aquel curso de eneagrama, en Babia. Yo estaba afuera en el jardín, hablando con una pareja. Era de noche. Conversábamos, pero momentos después ellos dijeron de irse y entrar adentro.

          A mí me hubisese gustado continuar la conversación, pero se iban. Yo no sabía cómo hacer para que se quedaran y continuasemos conversando un poco más. Me sentí mal y entré en un estado de catatonia. Yo ya no reaccionaba.

          Caminaba pero el mundo me era ajeno. Todo en mi interior estaba imbuido por una gran frialdad, un odio frío; porque yo simplemente no podía hacer que sucedieran las cosas más simples. Tales como favorecer o pedir que una conversación se prolongase.

          Algo en mí se distanció porque yo sufría tanto por cosas tan nimias que ya no podía más. Me quedé en ese estado. Distanciado, separado.

          Adentro de la casa se estaban haciendo algunos ejercicios, comparando tipos de personalidad. Tocaba estar cada uno con su grupo y ponerse a comentar. Yo me quedé allí en mi grupo sin intervenir. Pero ellos me incluyeron en la conversación aunque yo no hablase. Empezaron a ponerse un poco pesados.

          Había una mujer extremadamente estúpida que empezó a interpretar qué cosas quería yo decir con mi silencio. Yo solamente odiaba todo lo que había a mi alrededor. No podía hacer que callasen, sobre todo esta tonta mujer, ni irme por mí mismo.

          Sin embargo, con todo ese enajenamiento, hubo algo que llamó mi atención.

          El psiquiatra chileno loco estaba en el extremo de la habitación y les preguntaba a los que tenía cerca: "¿Qué ves?". Lo repitió varias veces con distintas personas.

         Desde que habíamos llegado a Babia, que las luces titilaban de forma aleatoria, descentrándonos un poco. A mí esas luces me daban mucho por culo. Supongo que el chileno las usaba para modificar nuestra conciencia. Seguramente.

          El caso es que él estaba allí preguntando "¿Qué ves?" a la gente. Y yo, catatónico como estaba reaccioné, por pura curiosidad. Quise decírle que veía las cosas distinto. Así que fui y me acerqué donde estaban.

          Él siguió, y me preguntó a mí "¿qué ves?". Yo no estuve muy brillante porque le dije "Veo normal". Pero como él insistiera, recapacité, observé y le dije: "Veo lo de afuera, y luego veo lo de dentro...".

          Eso le dije. ¡No puedes ver eso! Dijo el psiquiatra chileno loco. Volvió a preguntarme y se aseguró. Apenas le costó un momento para darse cuenta de la situación. Rápidamente se giró y dándo la vuelta se alejó precipitadamente.

          Yo parece que había reaccionado un poco, con todo eso. Me dí cuenta de que el chileno sabía qué me pasaba, y que estaba mal.

          Salí al jardín ya más despejado, pero preocupado. Y escuché, como viniendo de una conversación de lo alto, entre varias personas de autoridad: "Él no tiene la culpa". Refiriéndose a mí. Yo estaba sólo allí, pero escuchar ese mensaje me alivió.

          El día terminó y nos acostamos. Al día siguiente sería el último de los cuatro días que duró aquel curso. Por la mañana el psiquiatra loco llegó con normalidad a dar su charla, antes de finalizar el curso y que nos fuéramos.

          Estuvo un par de horas hablando sobre el tema de tipos de personalidad. Ya para terminar, recordando lo que había pasado la noche anterior, yo quise preguntar algo. Lo primero que me vino a la mente. No recuerdo qué. Pero recuerdo que alcé la mano para preguntar.

          Ese hombre giró la cabeza hacia dónde yo estaba con la mano en alto. Pero no daba signos de reconocerme. ¡Ni siquiera me veía! ¡Yo no podía formular mi pregunta porque él no me veía! Me sentí desconcertado.

         Un momento después, cambió. Empecé a sentir una energía que sentí desagradable en un primer momento; que venía de aquel hombre hacia nosotros. Las personas que había a mi alrededor y yo mismo, nos miramos entre nosotros; para ver si los demás veían lo mismo. Después miramos de nuevo al chileno.

          La cosa se puso más nítida, porque esa energía se concentró en un punto que unía sus pupilas con las mías. Eso que estaba sucediendo, era dedicado a mí.
          Ese señor y yo estuvimos un rato enfrente el uno del otro. Con ese punto concentrado de pupila a pupila, aunque yo nunca supe si él me veía. Yo estaba absorto. Tan solo sé que cuando empezó el espectáculo, las tres o cuatro hileras de sillas de los asistentes, estaban llenas. Y cuando terminó estábamos sólos él y yo.

          Durante ese tiempo yo no fui consciente de gran cosa. Cuando vine a darme cuenta percibí que el espacio mental que ocupaban mis pensamientos se reducía. Unos momentos después acabó. Como digo, estábamos a solas en esa sala dónde había dado la charla momentos antes. Pero el loco chileno no daba la impresión de reconocer nada a su alrededor.

         Me acerqué a él. Lo miré y él tenía la mirada vuelta totalmente hacia su interior, de forma que no me veía. Yo quería hablarle y esperé. Él pareció comprender, y mostró un asomo de atención o reconocimiento; tan solo lo preciso para que yo pudiera hablar. 

             Le dije: "Yo no quería hacer daño a nadie". 

          No sé porqué le dije eso. Supongo que era lo que sentía en el fondo de mi corazón en aquellos momentos. Comprendí que eso era todo y salí. Afuera solamente había una persona. Yo estaba cansado. Intercambiamos unas palabras y nos quedamos por allí.

          Minutos después salió el loco chileno. Y andando despreocupadamente al pasar, dijo: "Hace buen día, ¿verdad?". Y continuó su camino.

          Yo me quedé allí jugando con una amiga. Agradecí tener compañía y fuimos juntos hasta dónde estaba el autobús.

          Yo nunca más he vuelto a tener ese estado mental de catatonia, con ese odio frío.

          Aunque todavía vería al loco aquél de chile, un año más tarde. En un fin de semana de meditación que sería todavía más crucial para mí de lo que fue este primer encuentro en Babia.

          Ojalá mis palabras fueran más hábiles para contar lo que supuso a nivel energético. Tal vez en otra ocasión... He tardado veinte años en escribir esto... puedo esperar un poco más para seguir escribiendo.

             Tal vez... He releido estas líneas... y me sale el agradecer a Claudio, pese a que el siguiente y último encuentro que tuvimos, ...fue como poco, nada venturoso.

jueves, 1 de enero de 2004

El Fantasma de Navidades Pasadas I. Introducción.









             Hablar de la locura no es una tarea sencilla.

             En las tres partes de las Navidades Pasadas quiero reflejar el desarrollo de mi primer brote psicótico documentado. Episodio esquizofreniforme lo llamaron los psiquiatras. Cualquier nombre hubiese servido. Me rompí todo lo que pude romperme. Pero eso los psiquiatras no lo saben. Tan sólo podían hacer una vez roto, un seguimiento de mi recuperación, que se ajustaría a una etiqueta que algo querría decir, pero que no tenía ningún sentido. 

             El brote fue rápido, cruelmente doloroso. Y lo bueno que puedo decir ...es que fue rápido.

          Este primer brote "declarado", fueron unos años muy extraños, no fue lo primero que me sucedía. Tan solo era lo primero registrado, aparte de una depresión con la que empecé mi periplo. Claudio Naranjo tuvo mucho que ver con que yo no me enfermase de una gravedad mayor con anterioridad. 

          Dolió. El ser humano es capaz de sentir niveles de dolor "insoportables", y de romperse. Tal vez de recuperarse. Pero a día de hoy yo no hablaría de una recuperación. No todavía. No creo que vuelva a Kansas, al hogar. Escribir estos textos tienen un fin terapéutico pues sirven para juntar los pedazos, y mostrarlos. 

    Pero el núcleo psicótico, está en algún lugar recóndito. Tal vez esté a la vista, o tal vez esté... ¡dónde haya de estar! Pero solamente el trabajo de elaboración de contenidos, tal vez tan solo el trabajo. Sirvan.

          En esta introducción me limito a hacer unas consideraciones generales. No explico nada acerca del brote psicótico. Pero tal vez sea necesario hablar de como me encontraba después de pasar por la "ayuda" de Claudio con la catatonia. 

           Puede que esta introducción sean tan solo divagaciones, pero siento que he de divagar un poco y no limitarme a la descripción que trato de dar en las dos partes siguientes. Aquí queda:


          Tal vez sea por la catatonia que tuve. Puede que Claudio me quitase la catatonia, definiendo la catatonia como ese estado mental de separación. Y el puro odio que conllevaba. No he vuelto a tener ese estado mental nunca más.

          Así que Claudio me quitó la catatonia, aunque no borrase los veinte años que me llevaron a ella. Al mismo tiempo me obsequió con un estado de bienestar difícil de explicar. Lo mejor que se me ocurre decir es que se caracterizaba por la ausencia de problema alguno. 

miércoles, 1 de enero de 2003

El Fantasma de navidades Pasadas II. El nudo.









  
          El Fantasma de Navidades Pasadas, el nudo. Aquí me encuentro con el Dr. Claudio Naranjo, tiempo después de que me ayudase a superar una catatonia. Hizo todo el trabajo él. Yo por mi parte entre las dos veces que vi a Claudio estuve sin guía eficaz prácticamente. Apenas hice trabajo. No quiero ser muy duro conmigo mismo, puesto que si tomo en cuenta de dónde yo venía... los veinte años anteriores a la catatonia. No es que se pudiese hacer mucho entre ambos encuentros. 

             Tal vez no debía haber ido a este fin de semana de meditación posterior. Sin embargo, si no hubiese ido mi vida sería un constante poner parches para tapar una deficiencia de base. Pienso que en la actualidad tengo una oportunidad ¡Tan solo una oportunidad! (Como dirían en Braveheart). Y esa oportunidad se gestó hace más de veinte años, con dolor. Hablo de la posibilidad de tener una vida suficientemente integrada, de sentirme normal. De hacer cosas que quiero hacer, sintiéndome bastante normal. 

              En este segundo y ya último encuentro con el Dr. Claudio Naranjo, el mayor contacto personal que tuve con él consistió en un momento determinado. Cuando Claudio se situó a unos metros por detrás de mí, intuí que haría algo... y efectivamente. Claudio puso el ojo de su mente en mi interior y me vio. Es difícil describir esto, sin embargo lo que puedo decir es que me sentí expuesto a su ojo... y que no pude soportar la presión. Hice o dije algo, para descargar la tensión que sentía. Y Claudio se alejó para ir a otro sitio; supongo que comprendió que no debía forzarme y se haría una idea de mis escasas fuerzas. 

             Descubrí cosas curiosas en aquella ocasión. Un par de días después me rompí en un brote psicótico que describo en la tercera parte de El Fantasma de Navidades Pasadas. 

             Se me ocurre que si hablo del Fantasma de Navidades pasadas, no hablo estrictamente de Claudio como tal Fantasma. Si bien, según cuenta el cuento, los tres fantasmas de los tiempos de las Navidades, están estrechamente ligados. Y si Claudio jugó tal papel en un momento dado, fue para cortar las cadenas. Pero tal vez para tener veinte años después una sensación de relativa normalidad. Lo doy por bueno. Aquí dejo el texto:


          El problema está en la fecha de caducidad. Todos esos cursos de crecimiento de fin de semana tienen fecha de caducidad. Es normal. Pueden mostrar hasta dónde puedes llegar,durante un tiempo. Pero pasado ese tiempo llegar hasta allí es cosa tuya. No hablo aquí de Claudio Naranjo, sino de Graciela Figueroa. Tal vez de Mª Adela Palcos, aunque las circunstancias cambian.

          La ayuda de Claudio aquella primera ocasión, con la catatonia, fue hecha sin tener más opción. Ninguno de los dos. Yo estaba en posición de ser ayudado y Claudio estaba allí para ayudar. Y lo hizo tal como él sabe hacerlo. Fue tan natural como el que una jarra de agua límpida llenase un vaso vacío.

martes, 1 de enero de 2002

El Fantasma de Navidades Pasadas III. El desenlace









Diario de un brote psicótico. Descripción.



          Esa noche no me podía dormir. No sé si aguanté un día o dos después del fin de semana de meditación. Estaba intranquilo.

          Lo que recuerdo es que bajé a la planta baja de mi casa ...tenía la sensación de que tenía que hacer algo. Estudiar no tenía sentido ya. Tal vez debería trabajar, tenía el título de formación profesional después de todo... tenía que hacer "algo", aunque no sabía qué era.

         Recuerdo que me paré y suspiré y lo dejé estar... y en ese preciso momento ...¡mi interior y mi exterior se unieron! La fina capa de seguridad que separa lo de dentro y lo de fuera ¡desapareció en algún punto! ¡Y ambos se unieron!

          Mi universo todo se llenó de unas luces, como de chispas que lo llenaron todo de una gran confusión... Era una presencia total que acarreaba una confusión total... Y yo lo único que quise fue huir, escapar de toda aquella confusión.

          Cuando regresé a la realidad tal vez había dado un paso, en el plano físico. Más, no creo. Pero todo había cambiado. No me había iluminado. Había enloquecido. Me había roto.


             Los sonidos que escuchaba asemejaban gritarme, y los gritos tenían una intención. Afortunadamente me di cuenta de que la intención de aquellos sonidos que me gritaban, coincidían con la dirección de mis pensamientos. Eso me tranquilizó un poco porque pensé que había una relación entre lo que pensaba y lo que sucedía. Tal vez pudiese tener un cierto control. También recuerdo que pensé que estando de aquella manera, me iba a resultar difícil encontrar trabajo.

          Salí a la calle. Tan sólo quería que todo volviese a tener sentido otra vez... Mi mente creaba asociaciones, me dió por recoger objetos que tenían un sentido, para meterlos en una bolsa que llevaba conmigo. Cogí un enchufe. Llevaba un transformador en un extremo. Pensé que el enchufe podía ayudarme a conectar de nuevo...

          Cogí el coche y conduje por el pueblo. Me entró el pánico porque los demás coches parecían deformarse de una forma extrema, como de chicle blando, estirándose. Sin embargo me sobrepuse, pues comprendí que la realidad se podía deformar todo lo que quisiese. Yo sabía conducir, y eso era un hecho. Traté de confiar, poner la conducción en modo automático. 
   
          Confiar en mi instinto, ya que en mis sentidos no podía confiar... me tranquilicé y volví a casa conduciendo.

          Con todo aquello fui a una librería, ya no sé si esa vez fui en coche o a pie. Mi intención era adquirir el libro del Tao Te King. Puesto que Claudio había hablado del "no hacer nada" taoísta. Aunque no lo tenían y me vendieron otro muy bueno sobre ejercicios de esa filosofía. Pensé que necesitaba toda la ayuda que pudiese tener ...una pauta, ...una regla, ...la actitud de "no hacer nada", tal vez. Pero todo se fue de madre.

          No tengo ni idea de lo que duró aquello. Conforme pasaba el tiempo sucedían cosas...  Empezó a representarseme una luz azul. Como de fuego lento de gas. Un azul peculiar. De un modo extraño, cada vez que se me representaba ese color azul, sentía una sensación en la nariz. Una "mordida".
             Tiempo después he llamado a ese fuego azul "Ygramul,el múltiple". En referencia al libro "La historia interminable", de Michael Ende. Aunque eso ha sido muchísimo después, y forma parte de otro brote que tal vez no cuente. 

          Me senté a ver la televisión. Pero mi visión se volvió como una pantalla plana. Lo que veía era plano, no significaba nada. Por contra, los sonidos tenían una resonancia especial. Cualquier sonido podía tomar significado. Los sonidos tenían sentido.

          Paulatinamente la realidad se fue volviendo neblinosa. No estaba seguro de que las personas fueran lo que aparentaban. No estaba seguro de mis padres. Empecé a contarme una historia acerca de los "hombres de negro", que venían de otras dimensiones y vivían entre nosotros.

         Mi madre me dio un sobre con agua para el resfriado, porque admití que no me sentía bien. Y cuando se fue, lo arrojé al suelo porque desconfiaba de lo que sucedía. Todo perdió realidad. Y pensé que todo lo que podía tocar, ver y escuchar, era real. Además se volvía real si lo decía en voz alta.

          Así se lo hice saber a mi hermana pequeña. Recuerdo que a ella le rodó un lagrimón por la mejilla. Yo sabía que algo andaba mal, aunque no podía hacer nada para solucionarlo. Extrañamente no tengo nijnguna emoción asociada a este recuerdo. Había perdido contacto con mi cuerpo y mis emociones. 

          Tan solo ahora, al pensarlo, puedo sentir el susto que debí darle a mi hermana pequeña.

           Después de eso todo sucedió muy rápido. Mis padres, Rafa, el coche. Yo no podía controlar la dirección del coche. Quería ir a ver a la chica que me gustaba... pero no podía. Fuimos a un lugar, pero les dijeron a mis padres que ese lugar no era para mí. Mejor la unidad hospitalaria psiquiátrica...

           Cuando me medicaron, los síntomas visibles desaparecieron rápidamente. Me rompí. Me enfermé. Y entonces no podía más que pensar: Claudio, Claudio, Claudio, Claudio... esperando verlo ...Recordando el modo en que me ayudó esa primera vez con la catatonia. Para que arreglase lo que estaba roto. Pero ya no había ningún Claudio. Esta vez estaba a solas con mi enfermedad y el apoyo que me pudo dar la familia.

             Durante años recordé a Claudio a diario. Sufrí mucho recordando y pensando. Más tarde sería un tema de terapia. En mi familia entonces era tabú ese tema. Mi familia solamente sabía que de meditaciones y cosas raras no querían saber nada. "Prohibido hacer cosas raras". Durante años todo lo que hice era considerado raro por mi familia y visto con suspicacia y crítica.

             Lo cierto es que viví mi vida de un modo muy mecánico. Claudio me curó la catatonia y evitó que la enfermedad fuese mucho más virulenta. Eso no lo sabía mi familia. Mi familia tampoco sabía que cuando me rompí, la enfermedad es la solución a una situación insostenible. 

             Después de décadas puedo pensar que Claudio me ayudó a que no fuese presa de una catatonia en la que se manifestaba todo el odio, acumulado durante años. El cuerpo tiene memoria, y aunque el efecto acumulativo tal vez no se ve, la enfermedad que apareció abruptamente vino de muchos años. 
          
             Y también puede que Claudio rompiese un psiquismo que seguramente no podía tener viabilidad. Tal vez ahora encuentro sentido a haberme roto, quizá por cierta afinidad de personalidad con Claudio. 

             Me parece que es un poco radical romper los huevos para poder volver a empezar en otro lugar. Sin embargo enfermar fue el único modo de sanar cosas muy básicas y me sitúa en la actualidad en medio de un proceso. Que tal vez se resuelva o no, que el camino se demuestra andando.

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Del amor platónico
  
         En algún momento, llevé la bolsa con objetos que había recogido, a mi terapeuta. No se me ocurría ningún otro sitio dónde dejárlos.

           Allí me encontré a la chica que me gustaba. Le dí la bolsa, porque ella iba a ver a mi terapeuta, y se la daría. 

             En el momento en que cogió la bolsa en sus brazos, su vientre sobresalió.

           Estaba embarazada. Recuerdo sus manos extendidas como una disculpa. Yo retrocedí hasta la puerta sin hablar.

             Me fui para vivir mi enfermedad durante años. Dejé cosas atrás.





lunes, 1 de enero de 2001

anexo, la cifra que faltaba


"¿Sabes? La ignorancia, es la felicidad." - Mátrix.



La “cifra” que faltaba.

Después de mucho tiempo he decido añadir esta entrada a la página de Claudio Naranjo.

Se quedaba coja; esta página se quedaba coja. Parece que he querido captar situaciones y ambientes en los que recojo unos fenómenos, un poco a lo Castaneda. ¿Personas que echan rayos por los ojos? Parece sacado de la guerra de las galaxias.

La guerra de las galaxias, la fuerza. Tal vez tal cosa no esté tan lejos de la realidad. Pero vivimos en esta realidad. Y aunque seguramente para entresacar la verdad de estos escritos hay que quitar mucha paja, ¿Qué es lo verdaderamente importante?

La ignorancia es la felicidad.

El personaje de Cifra, en la película Mátrix, lo dice muy claramente. Mientras suenan suavemente las cuerdas de un arpa... El sonido del olvido. Hay que vivir una gran mentira para estar media vida sin ver en quién se ha convertido uno.

Creo que hay dos puntos fundamentales en este personaje. Trínity no le ama, lo cual hace que su existencia, sea donde sea, se haga insoportable. 

Si profundizamos más, el mismo cifra es quién no se permite ser amado. De hecho prefiere vivir una mentira antes que abrirse y aceptarse, y aceptar que es merecedor de ser amado.

Por otro lado está la cuestión de que prefiere vivir una mentira, de hecho pide ser alguien famoso (“como por ejemplo un actor”). Y hay que estar muy ciego, o ser un actor muy bueno para estar escondido de uno mismo, y no ver la propia realidad.

Desde luego el papel que se representa es de ser alguien inteligente. Muy inteligente. Pero para ello tiene que haber un público, porque a solas, a solas es cuando el tormento se hace patente. Y el propio dolor tiene que ser apagado, con la ignorancia.

No importa si el personaje de Cifra vive conectado o desconectado de la Mátrix. El núcleo de su vida es un error. El no aceptarse tal como es. Seguramente una vez reinsertado no sería más feliz de lo que ya era en realidad.

Vivimos en un mundo muy denso, donde cuesta mucho hacer las cosas. Pero supongo que estamos aquí por alguna razón, y tenemos que vivir. El cómo y el con quién todavía están por escribir. No los tengo nada claros.

Creo que en estas páginas tengo un vislumbre de lo que puede ser, estar fuera de la Mátrix. Se me concedió echar este vistazo al otro lado, por accidente. No lo concibo de otro modo. Pues era demasiado pronto. En ese momento no hubo más remedio.

         Recientemente he podido ver ciertas cosas. Un nuevo vislumbre. Pero creo que se me da bien ver cosas, desde una perspectiva inusual. Dicen que para ser un buen sanador, hay que tener los pies firmemente asentados en el suelo. Yo no los tengo así.

          Manejar ambos estados a la vez. El ordinario y el no ordinario. Normalmente eso, solamente está reservado a alguien que se vale bien en el estado de conciencia ordinario, es decir, en la normalidad. Diría que la pregunta implícita se descarta a sí misma.

           Tal vez lo que quisiera es recuperar mi vida, aún cuando mi vida se caracterizaba por la inconsciencia.





          Tal vez esa pregunta no sea la pertinente después de todo. En cualquier caso he demostrado tener un volcán en mi interior.

              Un abrazo de lobo a todo aquel que lea estas líneas.





sábado, 1 de enero de 2000

ley de polaridad

Lunes 17-08-2015
22:37 Horas.

LEY DE POLARIDAD


Hay dos caminos, el de la aceptación y el de la negación. En algunas enseñanzas se los denomina el camino del niño divino, y el camino del héroe. 

Originalmente son uno. Y cualquier justificación de uno u otro vendría a desembocar en si la iluminación es súbita o paulatina. Tal vez, que yo de estos temas no entiendo.

He visto cosas. Pero viendo esas cosas, he navegado a la deriva, mecido por fuerzas que me llevaban a su antojo. Y no me han hecho mejor persona, tan solo me han traído aquí, si acaso. Diría que más vale tarde que nunca si es que he de llegar a algún sitio, que sea a mantenerme, en un recorrido ya de por sí tortuoso. 

Ver cosas, je, je. Eso no hace mejor a nadie. Aunque no puedo negar que tienen su atractivo.

La ley de polaridad se mueve con precisión. Proponiendo el “Hay que trabajar”, de CN. Con su “esfuerzo más allá del esfuerzo”. Son enseñanzas seductoras, pero “no para cualquiera”, como diría el lobo estepario.

Es revelador que al otro lado de la balanza me viene muy bien situar al niño divino. El ¡No hacer nada! que tanto me resonó en su día. Si bien en mí, parecía que era una llamada a la acción. Un tipo de acción muy peculiar en donde lo que se hacía, se hacía “sin hacer”, como atestiguando más que realizando.

Después de todo este tiempo llego a la situación de que me sienta muy bien aceptar la idea de el niño divino. Aceptar, cultivar el agradecimiento y mantenerme en mi vida con ese pequeño logro, de vivir sin grandes ...sueños. Sueños que nunca se realizaban.

Los sueños que no se realizan suelen terminar en ver cosas donde no las hay, y siendo llevado por esas vivencias. Tal vez esperando que una visión “aclare” lo que de por sí no se sabe, que es cuál es el propio camino.

Así que es aquí cuando se torna fácil pensar que cultivar el agradecimiento, dejar de luchar contra gigantes; que no, ¡que son molinos! 

Tal vez estoy perdiendo el hilo de lo que quiero decir. He llegado a una edad en que descubro lo importante que es llevar un calzado cómodo. El calzado cómodo es ese que no se nota. 

Sí, descubro que en mi interior, en mi núcleo más interno. No hay grandes ambiciones. Si me comparo con el español medio me conformo con salir adelante. Y tal vez, solamente tal vez, me gustaría meditar. 

Aprender a meditar. Pero esta vez sin que se desaten esas fuerzas que se escapan. Escapan porque no estoy dividido, en ese aspecto. Aunque yo tengo mis dudas al respecto. Porque no he tenido un brote solo.

        Pero de los dos extremos de la polaridad elegiría... después de darme de ostias contra los molinos (sin lograr absolutamente nada), el modesto papel de Sancho. Que agradece el papel que se le otorga, contento, y sin grandes preguntas filosóficas, la realidad de lo que hay.

            Casi es doloroso saber que después de creer poseer tantas ínfulas, de ser un guerrero de la luz, caigo en la cuenta que mi lámpara mermada de aceite, no tiene combustible más que para alumbrar el próximo paso.

              Ciertamente reconocer que en realidad no hay nada, nada digno de mención, por lo que luchar, este vacío sea mi realidad más sincera. No tengo grandes ambiciones. Y eso me lo ha enseñado la experiencia, no ningún tipo de revelación. Por el simple método de ensayo y error.

            No deseo grandes cosas.